
No le demos muchas vueltas.
Anoche, antes de cenar, me dispuse a tomar un baño. No tardaría mucho, la idea era apresurarme porque Sijey había llamado a cenar. Ese ritual que es nuestro, ese momento exquisito de platicar con ella sin ruido, sin gente, sin más testigos que los ventanales y el exclusivo aire que sólo puede brindar un sex(t)o piso. Con la noche y sus estrellas mirando y su aire entrando y saliendo sin pedir permiso.
Como lo dije, intenté no hacerla esperar, pero por tanta prisa, provoqué la súbita y siempre molesta entrada del shampoo en uno de mis ojos, así que terminpe retardando todo. Mientras intentaba escapar a mi ceguera, sentí un ligero rozón en mi espalda, pasaron segundos y por fin pude abrir los ojos. Ahí estaba Sijey, mirona, estática, retadora, mirándome de arriba a abajo y de regreso, apenas asomada en la cortina de la regadera. Sostenía la mirada con un dejo de cachondez y sexo tácito que no podría explicar. Y no dejaba de verme.
Intenté ignorarla, pero fue imposible. Ella seguía escondida cual asesino que, oculto y mirando desde los arbustos, atestigua la llegada de la policía que ha hallado el cuerpo sin vida. Aquí, la fechoría era en vivo. Sijey me aniquilaba con los ojos. Su expresión en ellos, siempre volátil, cambiaba cada segundo y me dejaba ver su lado más perverso. Es una de sus "formas" de ser que me mata.
De pronto, sin dudar un segundo, abrí la cortina de la regadera e ignoré su grito de sorpresa. La jalé sin ninguna clase de caballerosidad y la metí a la ducha con todo y ropa. Su reclamo hipócrita me significó lo mismo que las lunas de Saturno. Su pijama y su ropa interior cayeron al suelo en los siguientes cinco segundos. La tuve pronto contra la pared fría, con la idea de atomizar sus pezones y luego voltearla hacia mí. Le mordí los hombros e hice que se inclinara, simulando que la penetraba por atrás. Empezó a excitarse.
El desenlace fue no menos explosivo. Ella se puso de rodillas y empezó a mamármela, viéndome fijamente mientras lo hacía. El agua, mientras tanto, le caía intensamente en la espalda. Y yo... me volvía loco.
Verla ahí me puso como asteroide y mientras chupaba mis huevos, me masturbé hasta no poder más. Estallé y terminé en su frente.
La mañana siguiente implicaría fotos y otro encuentro riquísimo y hasta numérico, pero eso lo contará Sijey. Lo garantizo.