
Febrero de 2010. Cuernavaca. 31 grados.
Anocheciendo con la misma soltura de una ciudad que se deja consentir por el día y por la noche. Place y complace, como sea. Es otro ambiente, otra atmósfera. Y antoja...
Parece que ella tenía todo planeado. Entramos al cine, yo con jeans y ella con ese vestido rosa. Una tanga microscópica escondida.
No le dimos vueltas. Llegamos a las butacas intermedias y a los besos extremos. Pronto. No quedaban migajas de duda de que hacerlo en la mañana durante poco más de una hora había sido insuficiente, intenso, pero queríamos más. El clima, el sudor, el aire acondicionado a tope, la ciudad, las ganas, los besos "franceses" y, especialmente ahora, el lugar, un sitio diferente. La "adrenalina", le llaman los puristas.
La intensidad en los besos y un faje previo nos catapultó a la última butaca, a 10 filas del potencial metiche. ¿Escondidos?... sí. ¿Ocultos?... no. ¿Riesgo?... todo. Eso nos hizo actuar. Ni siquiera la mejor película nos habría frenado.
Si bien recuerdo, yo comencé la galopada. Casi le arranqué la tanga (al final sólo la hice a un lado) y metí mi lengua hasta extraer su jugo. Succioné, ese es el verbo. Fuerte, pero cierto. Frené al cabo de unos minutos.
Después... ella. Curveó la cabeza, quitó la barrera, me desabrochó los pantalones y me hizo sexo oral. Uno de los mejores desde diciembre. Inmóvil yo, insaciable ella.
Y el desenlace, simple. Ella se quitó la tanga, acomodó el vestido en posición y se subió en mis piernas, mirando hacia la pantalla. Si alguien entraba, sin duda, nos vería.
Fuimos rápidos (no tanto, pero sí breves). Le apreté un seno y me encomendé al más endemoniado de los deseos. Me apretó como pocas veces, jadeó, subió, bajó y me hizo venirme más de la cuenta en sus entrañas. Después, sin decir algo, se quitó y se sentó en su butaca. Volteó, me miró, sonrió, me tomó la mano y la besó. Ambos sudábamos.
Y el aire acondicionado... a tope.
Qué ricooooooo, eso sí que está bueno, qué combo parejas ni qué nada!!!
ResponderEliminarQue buena "película"
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